sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 12

VICISITUDES EN LOS RECUENTOS DE EXISTENCIAS

El auditor se suele encontrar, en su vida profesional, con una gran variedad de situaciones al ir creciendo en experiencias vividas. Una de las más variadas suele ser la de los recuentos de existencias. Normalmente, el auditor va recorriendo empresas de muy diversos sectores y que, en consecuencia, tienen actividades distintas y trabajan con materiales o fabrican productos muy diferentes. Y esto propicia múltiples dificultades y problemas a la hora de llevar a cabo esos recuentos de existencias físicas.

Entre la variopinta sucesión de existencias, desde materias comerciales hasta productos terminados, pasando por materiales auxiliares, productos semiterminados y subproductos, me he encontrado con múltiples casos más o menos curiosos. Paso a recordar resumidamente algunos de ellos.

En una ocasión hube de auditar una piscifactoría de truchas. Como amante del mar y la pesca me produjo cierta alegría saber que iba a hacer ese trabajo con las truchas. Me imaginaba, un tanto idílicamente, el mundo de la pesca de las truchas en hermosos ríos de aguas claras y cristalinas, con las largas y estilizadas cañas esperando a su presa. Cuando llegó el día señalado, acudí con mi mejor ánimo a esa piscifactoría. Mi primera sorpresa fue el olor. Nada que ver con la bella naturaleza de la que soy ferviente apasionado. Era bastante intenso y desagradable. Pronto supe que se debía a los piensos compuestos con que se alimentaban las truchas en ese tipo de instalaciones. Después me enseñaron una gran cantidad de piscinas, de poca profundidad, repletas de alevines de truchas. Y a continuación otras con los peces en diversas fases de crecimiento. Y ahí comenzó mi trabajo de campo.

Todo el proceso era echar alevines a las piscinas, alimentarlos, vigilar su crecimiento, cambiarlos de piscinas y mantener el agua en condiciones adecuadas. Aparte de esto almacenar el pienso de la alimentación y recoger las truchas ya listas para su comercialización. Por tanto, en la revisión de existencias, a recontar el pienso, los alevines y las truchas. ¡Parece fácil tarea, sin duda! Pues bien, el recuento del pienso se limitaba a contar sacos y su pesaje. Pero el olor era nausebundo. No quiero entrar en el cómo y de qué se obtenía ese pienso. Les ahorro el saberlo y eso que salen ganando. ¿Pero eso comían las truchas…? Pregunta que me quedó en mi cerebro durante bastante tiempo. Después lo de los alevines que son unos bichejos sumamente pequeños y que no paran de moverse en las piscinas. ¡Cómo para calcular volúmenes o cantidades por metros cúbicos…! Y luego las truchas. Hermosas de aspecto pero todas iguales, como hechas por el mismo patrón. Y en movimiento continuo en una masa uniforme, sin apenas sitio para nadar. Al final vimos la forma de hacer cálculos de las cantidades existentes de ambos, con todos los márgenes de tolerancia que quieran suponer. Pero fue una experiencia muy formativa sobre el  mundo del pescado que, actualmente, es en su mayor parte obtenido en las piscifactorias,  que comemos en los restaurantes.

En otra ocasión, hube de auditar una fábrica de croquetas. Sí, así como suena: fabricaba únicamente croquetas. Eso sí, de varios sabores. Pueden imaginarse mi asombro al ver correr por las cintas de la cadena de fabricación, miles de croquetas. Todas iguales, de tamaño y de color. Todas con idéntica forma elíptica. Desde el punto de vista del interés profesional bastante descorazonador y desde la curiosidad humana, mejor no verlo. Prefiero comerlas en un restaurante sin más miramientos. Y mejor bien fritas, doraditas, para olvidar el tono clarito de aquellas inmensas riadas de croqueta que caían después en tolvas y eran llevadas a las cámaras de congelación. El olor tampoco era para recordarlo demasiado. Eso sí, aquí el recuento era sencillo. Sacos del producto utilizado para hacerlas, bolsas con algunos añadidos, recipientes con los famosos sabores, productos conservantes , bolsas, cajas y pesajes de croquetas. Sencillo, pero monótono y en un ambiente de olores no muy agradables para las pituitarias.

Por variar en cuanto al producto, la auditoría de una fábrica de camisas me ofreció la oportunidad de entrar en los almacenes en los que se guardaban miles y miles de camisas, tanto de la campaña en curso, como de restos sobrantes de las anteriores, desde bastantes años antes. Había una cantidad inmensa de camisas, pero lo malo es que los famosos restos anteriores eran muchas más que las fabricadas de temporada. Nos llevamos además la sorpresa de que las cajas eran iguales y solamente variaba el modelo y las tallas que se indicaban en el exterior. Estaban almacenadas sin orden ni concierto por las múltiples estanterías del almacén. Como había que calcular lo mejor posible las existencias de unas y otras, hubo que afrontar recuentos bastante numerosos dado que el control interno era muy malo. Prácticamente nadie sabía las camisas que allí había y, mucho menos su  desglose por modelos y tallas. Y por supuesto, ni la más mínima estimación del valor de  todo aquello, máxime teniendo en cuenta la desvalorización que sin duda tenían según sus años de fabricación y los cambios de la moda.

Al poner manos a la obra, vimos que los operarios de almacén, escasos en número y siempre atareados con las entradas y salidas de la mercancía, subían por los laterales de las estanterías en plan malabarista, para acceder a las partes superiores de las estanterías, que eran considerablemente altas. Es decir que si nosotros queríamos recontar camisas ubicadas en lugares altos deberíamos hacer lo mismo. Y al no haber otra alternativa ni ayuda allí, a eso nos lanzamos. ¡Los auditores también sabemos estar ágiles cuando es preciso! ¡Faltaría más…!  Y así recontamos camisas y camisas subiendo y bajando por aquellos laterales de estanterías metálicas, hasta hacernos expertos. Mejor que en un gimnasio. ¡Se lo aseguro! ¡Y lo recomiendo como ejercicio más completo!

¿Y que me dicen de los silos de harina en instalaciones de fabricación de productos de panificadora y pastelería industrial?  También pasamos por esto, recontando miles de sacos de harina y enfrentándonos a serios problemas de cálculo de cubicajes. ¿Recuerdan aquello que sin duda estudiaron de fórmulas de cálculo de volúmenes? ¿Y los de figuras compuestas de conos, cilindros o esferas? Pues eso fue…Determinación de qué cantidad de harina podría haber dentro de aquellos grandes armatostes. Si, ya se lo de las mirillas que a tramos permiten ver si hay o no harina, aquello de se que ve blanco o se ve negro. Pero les invito a hacer esos cálculos estimando hasta donde llega realmente el nivel de la harina en esos silos y recipientes de estas fábricas.

Podría traer aquí otra experiencia novedosa. La auditoria de una empresa que hacía la señalización completa de carreteras. Y naturalmente sus almacenes y sus camiones estaban bastante repletos de todo tipo de señales de tráfico y productos para pintar y señalizar las carreteras, autovías y autopistas. Tuvimos que hacer un cursillo acelerado de conocimiento de las diversas señales – que por cierto son muchísimas – existentes en aquella empresa y utilizadas en las obras y poner a prueba nuestra aptitud como conductores.
Como es algo muy frecuente, sin duda, entre los profesionales de la auditoría, les comento otra divertida actuación: el recuento de existencias en el interior de las cámaras de congelación. ¡Sin duda una delicia! La primera vez que lo hice, me facilitaron una especie de capa o abrigo con capucha similar a las que usábamos en la mili para hacer las guardias nocturnas. Me quedaba inmenso pero la cabeza iba guarecida, allá en su interior. Entré con cierta sensación de confort. Me duró segundos. Los pies se me quedaron helados y, al instante, congelados. Al hablar, se me congelaba, igualmente la campanilla esa de la garganta. ¡Un poema! Sobre la marcha decidí dos cosas: una que el almacenero que me acompañaba fuese a toda velocidad y sin interrumpir ni un segundo su tarea con comentarios; otra que no me volvería a meter jamás en una cámara de congelación. Lo harían mis ayudantes para que fuesen aprendiendo lo dura que puede ser la vida. Eso sí les recomendé siempre el uso de botas y tres pares de calcetines.

Y para no hacer excesivamente prolija esta exposición de experiencias y aventuras, más o menos curiosas, les puedo narrar lo de la verificación de unas instalaciones químicas que estaban en curso, es decir a medio terminar. Ya había producción en diversos recipientes, conectados por cientos de tuberías de diversos colores. Al ir a hacer nuestro trabajo profesional, teníamos que desplazarnos por toda la nave de fabricación, pero ésta tenía una particularidad muy especial. Al no estar terminado el piso, debíamos desplazarnos sobre una amplia red de tablones de madera, simplemente apoyados en una especie de pequeños caballetes, a una altura próxima al metro de altura sobre el suelo. Esos tablones estaban unos a continuación de otros para poder ir haciendo los diversos recorridos. Y, sin duda, que todos ustedes saben lo que sucede cuando se anda por tablones apoyados por sus extremos solamente. ¡Que se pueden levantar por un extremo al pisar cerca del otro! Pueden, así hacerse idea de la dificultad de andar por ese camino de madera, máxime cuando delante iba un experto operario de esa fábrica que caminaba por allí más rápido y seguro que por el pasillo de su casa. Eso sí, tuvo la deferencia de indicarnos que pisáramos con cuidado porque aquello estaba provisional.  El trabajo fue transcurriendo con la única normalidad dada de un caminar lento e incierto de quien esto escribe. Preocupado únicamente de donde pisaba y sin mirar demasiado los tanques y recipientes con los dichosos productos químicos. Y, como no podía ser de otro modo, sucedió lo peor. Bajé la guardia un instante, al atender unas explicaciones sobre no se qué proceso de fabricación. Al parecer aparte de muy interesante – decía aquel hombre - era muy novedoso, casi único en el mundo. Le atendí unos segundos, pisé en un extremo de un madero de aquellos y me hundí en las profundidades de aquella instalación. Descendí bruscamente hasta el supuesto suelo, con las piernas una a un lado y la otra al otro de aquel maldito tablón. El susto fue mayúsculo, máxime que faltaron escasos centímetros para que el tablón me golpease en parte nada deseable para ello. Me levanté rojo de vergüenza, susto y un tanto de rabia y proseguí con la mayor dignidad posible mi tarea. Había que salvar el honor de la profesión y los profesionales de mi trabajo. Jamás olvidaré aquel incidente en aquella maldita instalación química…