sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 15

Y OTRAS MUCHAS HISTORIAS MÁS…

Podría seguir enumerando otras diversas situaciones vividas como auditor de cuentas. Quizá sean ya más corrientes o experimentadas por otros compañeros. Sería el caso, por ejemplo, de cómo desparecen, en ocasiones documentos y justificantes, ante una auditoria. El incendio y el robo son, hasta cierto punto, bastante socorridos en esos casos. Sabido es que al hacer una auditoria a una empresa que lo hace por primera vez, es necesario pedir y revisar documentación de años anteriores e incluso retrotraerse hasta el inicio de sus actividades si esto es posible. Es el caso, entre otros, del Inmovilizado y de sus amortizaciones

En una ocasión, al ir a auditar a una empresa fabricante del sector de los congelados que contaba con varias cámaras frigoríficas, nos encontramos con que al solicitar justificantes de ejercicios anteriores, obtuvimos la respuesta de que un incendio había quemado todo. No quedaba nada, salvo del ejercicio en curso. Tratamos de indagar más sobre ese feroz incendio que, al parecer, sólo había afectado a la zona de administración.  ¡No había nada! ¡Todo se había quemado! Esa era la respuesta cerrada del personal de la empresa. Curiosamente, no había habido intervención de los bomberos ni se había dado parte al seguro para reclamar la indemnización correspondiente. Pero, lo más sorprendente fue que esa desgracia pareció no llegar sola. También había habido, posteriormente ¡una inundación! Realmente hay empresas que parece que las haya mirado un tuerto…Pues si, esa inundación cerraba, por lo visto, el más pequeño resquicio que pudiese quedar de recuperar nada del citado incendio. No había ni la más remota posibilidad. Naturalmente, el Informe de esta auditoria que nos encargaba un posible comprador de esa empresa congeladora, para saber la situación de la misma, reflejó estas importantes lagunas como limitaciones al alcance de gran envergadura.

Pero esto del incendio nos lo hemos encontrado en alguna otra ocasión. Y curiosamente ¡nunca queda nada o casi nada!. Otra variante de estas aparentes o reales desgracias en empresas a auditar, es el robo. Sin ir más lejos, hace tres o cuatro años encontramos que en una empresa auditada los cacos habían entrado un día a robar. Se llevaron, nos contaban, aparte del dinero de la caja, muchos CDs y disquettes y algún disco duro del área de administración. Total, no había gran parte de la documentación justificativa de años anteriores. O sea… más de lo mismo…

A veces esa desaparición es selectiva. Falta lo importante y queda lo rutinario e intrascendente. En Galicia decimos que non creo nas meigas, pero haber hailas.  Y debe de haberlas – doy fe de ello – ya que en una ocasión, al entrar en mi despacho ví con horror y sorpresa que estaba inundado, los muebles llenos de cascotes y todos los papeles yacían por todas partes mojados y llenos de polvo y barro. ¿Qué había sucedido? Pues que un fuerte temporal de lluvias llenó por completo la terraza que tenía encima y al estar obstruidos sus desagües, filtró gran parte del agua al falso techo de mi despacho, provocando el hundimiento de éste sobre mesas, estanterías y ordenadores. Luego… a veces existen en la realidad.

Otro tipo de historias suelen suceder con las asambleas de socios y similares, cuando el auditor se presta a exponer su informe públicamente. Muchas veces, sin darse apenas cuenta, se encuentra metido en un auténtico berenjenal. En mi caso, no voy nunca a ese tipo de asambleas. Me conozco la historia. En una ocasión, tras la auditoria de un Colegio Profesional en el que había el clásico lío entre la Junta Directiva que salía y la que entraba, me pidieron que fuese a la presentación del Informe en la Asamblea anual de colegiados. Eran mis primeros años de auditor y acepté ante la insistencia del Decano Presidente. Contra lo habitual el salón de actos estaba lleno de gente. Lo normal en este tipo de eventos es que no haya más que los miembros de la Junta, tres o cuatro allegados y un par de colegiados despistados, nuevos en la profesión que creían que los compañeros iban siempre. Pero no, en aquella ocasión había quórum y requorum suficiente. Tras unas palabras del Decano, pasé a exponer el Informe del que habían repartido copias parciales a la entrada.  Casi no tuve tiempo de dar las buenas noches. Se lanzaron como hienas desde varios ángulos de la sala y ya no hubo forma de poner orden allí. Las preguntas se sucedían, mordaces y muchas veces con ignorancia de los temas tratados. Con mucha demagogia y también con mucha intencionalidad destructiva. Sobra decir que la asamblea terminó como el rosario de la aurora y sin ningún tipo de acuerdo ni aprobación de cuentas. Lo peor fue el tratamiento recibido. Parecía que el auditor era la empresa y defendía sus intereses.

Así que lo tuve claro. Nunca más asistiría a una asamblea, aunque ésta fuese una pacífica reunión de socios. Si era pacífica… ¡ahí tenían las cuentas y el Informe! No obstante esto, hice una excepción parcial en otro momento en que acudí, pero como simple espectador sentado en la última silla de la sala, a una asamblea de un club deportivo auditado por mí. Otra vez lo mismo. Gritos, exigencias y parte de los asistentes pidiendo la cabeza del presidente, los directivos y, si me descuido, hasta del auditor. Se alegaban cosas como éstas:

-         Señor Presidente… ¿Cómo es posible que haya gastos sin justificar, sin facturas y sin nada de nada…?

-         ¿A que se refiere usted, porque así, en general, no se lo acepto?

-         Mire usted. Gastos de un viaje a Madrid: comidas, taxis, aparcamiento,  278 euros. ¿Y las facturas? ¡No  las hay! Y el auditor a verlas venir…

Debo aclarar que parte del lío lo estaban montando por unos gastos inferiores a 500 euros en total, cuando el montante total de los gastos del club eran de 300.000 euros aproximadamente. Y en la auditoria se había verificado la existencia de justificantes válidos de todas las partidas muestreadas. Pues esos pequeños gastos dieron pie a tres asambleas y varias notas en la prensa local. Ese es el problema habitual: la ignorancia sobre lo que es una auditoria lleva a algunos a plantear acciones litigiosas por partidas insignificantes dentro del conjunto,  manejando hábilmente la oratoria y la demagogia. Por eso allí los auditores sobran ya que su defensa es muy complicada.

Otra cuestión clásica es cómo se recibe al auditor en muchas ocasiones. Por lo general gozamos de un cierto respeto casi reverencial, e incluso temeroso, por parte de muchos clientes. En especial en Pymes y primeras auditorias. Pero, por el contrario, en otros casos la recepción es dura y belicosa. Es el caso de auditorias exigidas por ley en determinados casos. Recuerdo que esto me sucedió en algunas de las auditorias solicitadas por socios minoritarios y, siempre, rechazadas por la mayoría o por la dirección de la empresa. En estos casos, caras serias, rostros duros, miradas penetrantes y obstaculización al máximo. También en estas ocasiones suele existir falta de documentos que están no se sabe dónde, tardanzas y demoras. Pero nada comparable a toparse con centrales sindicales tal como me sucedió en otra ocasión al auditar a un Centro de Formación de trabajadores, perteneciente a una central sindical. Naturalmente, con bastantes subvenciones por medio. Me esperaban el primer día varias personas que no tardaron ni un minuto en salir fuertes en sus planteamientos. Abogados y líderes sindicales que trataron de marcar el territorio desde el inicio y obligaron a hacer lo mismo al auditor. Al final todo discurrió pacíficamente, pero los comienzos fueron muy guerreros.

Y dejo para el final, unas líneas para el cobro de los honorarios. Porque los auditores cobramos, no somos un servicio público gratuito precisamente. Creo que la mayoría de los compañeros de profesión podrán contar muchas anécdotas sobre este tema. Siempre partiendo de que al cliente siempre le parecerá demasiado para lo que hacemos. Esto va por el contraste que, en muchas ocasiones ve, entre las dos hojas del Informe – es decir el dictamen – y los honorarios. Por eso, y por la famosa picaresca hispana, en ocasiones hay que hilar fino para cobrar y aplicar el ingenio.

En un nombramiento como auditor, hace algunos años, viví la clásica situación de riesgo de impago, entre otras cosas porque había realmente poco dinero en la empresa para ello. Se había cobrado un porcentaje pequeño en los primeros días, no sin esfuerzo ya que el interlocutor era escurridizo. Antes de llegar al final del trabajo y previendo lo peor, monté una estrategia tendente a obtener el cobro. Me inventé  un paso fugaz por la población en que estaba la empresa y cité al gerente en una cafetería para tomar un café y charlar unos minutos. Le dije que tenía mucha prisa y por eso, que llevase el talonario de cheques para firmar un par de pequeños gastos por desplazamientos. Así lo hizo aquel hombre creyendo que me perdería de vista enseguida. Y como sabía que acababa de cobrar una deuda antigua de un cliente no le di opción. Estaba para terminar mi trabajo y nos tenía que pagar ya, puesto que había dinero en ese momento y no había disculpas. Le envolví con una larga perorata en la que salieron consecutivamente, el Informe, las normas, el ICAC, la legislación y la prisa que tenía en esos momentos… y el hombre no tuvo más opción que firmar aquellos pequeños gastos de viaje y nuestros honorarios. Y, además, se empeñó en pagar el café delante de unos parroquianos que me había presentado unos momentos antes y que presenciaron toda la escena. Supongo que maldijo bastante aquel café…