sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 4

UN AUDITOR POR LOS SUELOS

La auditoria relatada en el capítulo anterior, habría de dejarnos otra pequeña muestra tragicocómica de nuestro trabajo profesional. Y no me puedo resistir a narrarla, poniéndome inicialmente serio.

Solíamos desplazarnos, mi compañero y yo, a las oficinas de ese colegio profesional citado de una ciudad gallega, viajando a primera hora de la mañana para regresar al anochecer a nuestras casas. Hacíamos una parada de una hora y media, más o menos,  para comer. Íbamos a un restaurante que estaba en la misma calle, en la acera de enfrente, a unos pocos metros más abajo. Se comía bien y en aquellos días invernales, de frío intenso en aquella ciudad, era un momento de relax que nos permitía pasar un buen rato de descanso.

Pues bien, uno de aquellos días llovía continuamente, mientras el viento y la humedad arreciaban, golpeando contra las ventanas de aquel Colegio. Llegó la hora de comer y nos dispusimos a bajar mi compañero y yo. Llegamos al portal bromeando sobre la que estaba cayendo. Como solamente teníamos que cruzar la calle y bajar después unos metros bajo unos soportales dejamos los paraguas en las oficinas. Con el abrigo de nuestras gabardinas y los cuellos subidos, llegamos al portal de la casa. Como llovía tanto –una cortina de agua barría sin cesar la calle- esperamos unos minutos. Pero aquello llevaba trazas de no acabarse nunca. Estábamos ante un  auténtico temporal gallego de agua y viento. Al fin, decidimos salir a la calle y cruzar. Habría que mojarse algo, pero no había más remedio que salir si queríamos comer.

Entonces…mi compañero –que no es precisamente un atleta- se preparó para cruzar, mientras decía:

-         Vamos Manoliño que chove…

Y al tiempo que decía esto, se lanzo a la carrera, para cruzar la calle, de la misma forma que arrancaría un atleta en una carrera de cien metros lisos. Ésta era un río de agua. Le seguí, con menos ímpetu y… ¡sucedió todo!. Mi compañero tan pronto puso un pie en la calle e inició el sprint, se le fue con un tremendo resbalón. Fue dando traspiés rumbo a las casas de enfrente, evidentemente fuera de todo control. Con una mezcla explosiva de resbalones y bandazos, con el cuerpo hacia delante y el pánico dibujado en su cara, cruzó la calle sin freno alguno. Al llegar a la pared de enfrente se topó con un comercio abierto, en el que había varias personas. Pasó de esa guisa por la puerta abierta del comercio y, en marcha absolutamente errática, entró en el comercio, con sus tumbos y resbalones a cuestas. Ante el estupor y el espanto de los presentes y mientras yo, desde fuera, seguía aterrado la escena, mi compañero llegó hasta el mostrador y dando un tremendo golpe rodó por los suelos del comercio. Se oyeron unos gritos despavoridos y el temor se adueñó de los presentes. Mientras el intruso auditor yacía quejoso en el suelo, varias señoras se apresuraron a levantarlo del suelo. Llegué a tiempo de oírle decir:


-         Me maté…mamaiña que golpe me he dado

-         Pero ¿le duele algo? ¿Se ha roto algo?- le preguntaban en tono serio, empezando a salir de sus temores al verle levantarse sin aparentes problemas. Sólo decía:

-         ¡Que golpe mamaiña…que golpe! Se me fue un pie…No tengo nada, no es nada.

Me hice cargo ya de mi compañero que tenía su gabardina totalmente mojada y embarrada, como si hubiese caído en un pantano. Sus gafas rotas habían rodado por los suelos. Eso y unas marcas de éstas sobre su nariz eran la única huella del descalabro. Salimos, después de tranquilizar a aquellas buenas señoras y de sortear un grupo de curiosos  que se había formado en la puerta, y nos acercamos al restaurante. Ya más tranquilo, mi compañero, el auditor que había rodado con estrépito por los suelos, no cesaba de decir

-         Mamaiña… que golpe. Se me fue un pie…

Tras la comida de recuperación, regresamos a  nuestro trabajo, no sin antes explicar a todos los presentes el por qué de aquella gabardina embarrada y hecha una pena. Realmente, la dignidad del señor auditor –que existe y es reconocida como tal- quedó en aquella ocasión …por los suelos.