sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 6

TODOS A AUDITAR

En el año 1990 se puso en marcha en España la regulación legal de la auditoria de una forma completa. Hasta ese momento el ordenamiento legal sólo la consideraba de una forma muy fragmentada, cuando no meramente marginal. No existía, en realidad, la figura del auditor sino la del censor jurado de cuentas. Y desparramadas por diversas leyes y normas de variados rangos aparecía la mención de la obligatoriedad de practicar la censura de cuentas.

Pero en el año 1990 arrancó la reforma mercantil española que cambió todo este marco y puso en marcha la figura del auditor y la profesión de la auditoria, siguiendo ya modelos de otros países. Esto originó una primera oleada de cursos de formación de bastantes profesionales del ámbito de la economía, en su mayor parte, para prepararse como auditores y poder ser homologados como tales. Pero, ya hemos dicho antes que existían los censores jurados de cuentas que, en realidad, eran y actuaban como auditores. Eso sí, con el marco, no reglamentado, anterior al de 1990 y sujeto a la normativa interna del ICJCE. Y este era precisamente mi caso, ya que era censor jurado de cuentas desde 1982. A la llegada de la reforma mercantil citada ya había realizado diversos trabajos de auditoria con emisión de los informes correspondientes.

Numerosos compañeros economistas hicieron los cursos que se organizaron para aprender auditoria y poderse habilitar como tales, posteriormente, ante el ICAC. Yo también los hice para aumentar mis conocimientos sobre esta materia e inscribirme en las listas del ICAC. Y, entre aquellos, varios de mis socios de despacho profesional.

Una vez terminados esos cursos, realizados los exámenes correspondientes e inscritos en el ROAC como auditores, mis compañeros y yo estábamos ya en condiciones de salir todos a la calle a ejercer la profesión. Poco después, un colega amigo me contó la siguiente experiencia que le había sucedido.


“Llegó el gran día, aquel en el que íbamos a empezar el trabajo en el primer cliente de auditoria del despacho. Era el primero para mis compañeros, pero no para mí. Así que llenos de entusiasmo, nadie quería perderse esta primera actuación. Al final fuimos tres  a hacer la primera visita al gerente de la empresa de marras. Éramos demasiados – esto era evidente - pero los chicos no se resignaban a no ir.

Se trataba de un comercio minorista, con un solo establecimiento, en una calle céntrica de nuestra ciudad. Era más bien pequeño. Pero quería, más bien, necesitaba auditarse por cuestiones  de bancos y de socios. Con paso firme y decidido, casi podría decir que marcial, y provistos de una hermosa carpeta nueva cada uno de nosotros, llegamos al local. Preguntamos por el jefe y, tras atravesar el pequeño comercio, repleto de cocinas, frigoríficos, lavavajillas y similares, nos llevaron a una pequeña – pequeñísima - oficina. El gerente estaba allí, tras una escueta mesa, delante de la cual había una sola silla. No cabían más. Levantó la vista de sus papeles al vernos llegar y no pudo menos que mostrar una cara mitad de susto, mitad de asombro: ¡tres auditores! ¡Nada más y nada menos…! Los primeros que veía en su vida…

Al ser nuestra primera visita allí, el objetivo era ver y conocer la empresa y hablar con el gerente para obtener una serie de datos que nos permitiesen pasarle un presupuesto adecuado y detectar ya el nivel de control interno. Pero…ese era el objetivo pretendido por todos y cada uno de nosotros.

Al ser el más veterano en la profesión hube de llevar la voz cantante en aquel encuentro. Debo decir que desde que salí del despacho tenía la incómoda sensación de que aquello iba mal, que no era forma de empezar. Pero…¡todos querían auditar…! Así que me puse a la faena, abriendo mi carpeta y sacando el cuestionario que llevábamos. Pero…el gerente empezó, poniéndose en pie:

-         Perdón, pero no tengo sitio para todos. Siéntese uno, por favor…

Nosotros mirando a derecha e izquierda ni vimos otras sillas más que la única existente, ni cabía ya un alfiler en aquella minúscula oficina. Nos miramos, dudamos en que hacer y finalmente dijimos:

-Es igual… nos quedamos de pie…estamos acostumbrados.

Y dejamos vacía la silla. Es evidente que mis compañeros trataban de mantener, en todo momento, una igualdad total entre los tres. El gerente se sentó, no sin mostrar su incomodidad al ver de pie a los auditores…¡a los señores auditores!

-         Bien… ustedes dirán, aunque ya ven que esto es un comercio pequeño de electrodomésticos que llevamos mi socio y yo con tres dependientes.

-         Bueno… empecemos por el control interno- soltó uno de mis compañeros, atropellando sus palabras con el otro que decía:

-         Le vamos a hacer unas preguntas sobre su negocio. Son bastantes, pero no se preocupe que son fáciles…

Mi corazón dio un vuelco al ver la salida en tromba de mis dos colegas, que ya habían abierto sus cuestionarios y, lápiz en ristre, se preparaban a bombardear a aquel hombre con sus preguntas.

-         Vamos con orden  - intervine para calmar la situación un tanto ansiosa en que nos estábamos metiendo - aunque ya vemos que el negocio no es muy grande, ustedes se quieren auditar y tenemos que seguir unos procedimientos…

-         Mire, ustedes  tendrán un organigrama de la empresa, de la sociedad- siguió sin coger la onda que había lanzado con mi pregunta, mi compañero de la derecha.- Quiero decir si tiene un papel en el que esté escrito, con unos cuadraditos, el gerente y todos los empleados con las funciones y las responsabilidades que cada uno tiene…

-         No, no… tenemos eso.- dijo el gerente con voz que ya empezaba a ser trémula y poco audible.- ¿Para qué lo necesitamos?

-         O sea… no lo tienen- siguió embebido en su papel de auditor mi compañero, mientras escribía en la casilla de su cuestionario NO LO TIENEN, aunque con la goma borró después  para poner simplemente NO.

El gerente, al ver que se apuntaba lo que había dicho, empezó a moverse inquieto en su silla. Yo empezaba a verme superado por las circunstancias y a maldecir en mi fuero interno haberme metido en aquel embrollo.

-         Sigamos –dijo el otro compañero, el de mi izquierda- No tienen establecido un organigrama formal, pero si informal. Seguro que tienen un manual de funciones o, si no lo tienen impreso, está establecido. Quiero decirle que ustedes tienen delimitadas todas y cada una de las funciones y de las correlativas responsabilidades de cada empleado. Esto es buen control interno…

Aquel hombre empezó a sudar y ya no supo casi  que decir. Pero cogió aire y se lanzó:

-         Miren… yo… bueno aquí, claro que todos saben lo que tienen que hacer. Hacen todos de todo, porque son tres y conmigo cuatro. Todos atendemos el teléfono, despachamos en el mostrador, hablamos con los clientes, cobramos, apuntamos las ventas, vamos a por el material o lo que compran al almacén, ese que ven aquí detrás. Y también cogemos la furgoneta y llevamos muchas veces lo que han comprado a la casa del cliente. No hay diferencias entre ellos.

-         Ah… pero eso no es buen control interno. No hay…- continuó el de mi izquierda mientras mi boca se iba sellando cada vez más…- no hay … ¿cómo se dice?...

-         ¡Segregación de funciones…!- le recordó el otro.

-         Eso… segregación de funciones…

-         Segrega…. ¿qué?- contestó el gerente

En ese instante vi con absoluta claridad el ridículo en que se movía aquella situación. En realidad, la había visto e intuido desde el principio, antes de salir del despacho. Pero ¡el entusiasmo de mis compañeros ante un primer cliente! ¡La posibilidad de estrenarse como auditores…! Aquello evidentemente iba mal. Es más, iba fatal y estábamos regando fuera del tiesto. Así que me lancé a zanjar el tema…

-         Bueno, ya nos hacemos una idea de este negocio. Al ser pequeño las cosas tienen que ser como usted dice. Mire… ¿nos puede dar un balance de situación y una cuenta de pérdidas y ganancias? O mejor ¿nos da un balance de sumas y saldos…?

Pero ya era tarde. Aquel hombre ya había reaccionado interiormente y había cogido miedo a la auditoria. Más bien pánico.

-         Tres tíos que vienen  a interrogarme sobre mi negocios, que apuntan lo que digo, que quieren saberlo todo…¡C…. parecen policías o inspectores de Hacienda! Ni hablar…¡yo no me audito! ¡Y al caraj…! Sólo me faltaba esto….-pensó para sus adentros en cuestión de segundos.

Ya no hubo más. Dimos por zanjada la entrevista, una vez que nos dejó un balance, y nos despedimos. Creí adivinar una mezcla de sonrisilla sarcástica y de liberación anímica. ¿Quien le habría hablado a aquel hombre de la bondad de la auditoria? Nos fuimos, mientras mis compañeros mostraban su enojo por no haber podido pasar el dichoso cuestionario – de más de cien preguntas- completo.

Sobra decir que pasamos un presupuesto a aquella empresa y que, hoy, al cabo de un montón de años … ¡seguimos esperando! Naturalmente no hicimos nunca esa auditoria. Y hasta el hombre aquel cambiaba de acera si nos veía por la calle…””

Me reí bastante con la historia de mi amigo y comprendí que esas cosas, debieron de ser frecuentes en aquellos primeros tiempos de la auditoría obligatoria en España, con bastantes colegas recién salidos de los cursos de formación e iniciando este nuevo camino profesional.